Fueron insuficientes en nuestro país en los primeros momentos de lucha contra la pandemia, por lo que se reclamó tan justa como vigorosamente que el Ministerio consiguiera estos elementos de protección. En el Reino Unido ha sucedido algo similar, y a propósito de ello, Feinmann desvela en el BMJ una vergonzosa faceta del problema: las condiciones de lo que la autora define como esclavitud a las que se ven sometidas las personas (niños incluidos) que trabajan en la fabricación de guantes y mascarillas en países como Pakistán, México o India.